(Relato corto de difusión gratuita. Lectura recomendada)
11 de Enero de 2019
Hoy ha sido un día ajetreado. La expedición al completo ha llegado por fin hasta la localización elegida para desplegar el campamento científico, luego de varios días de durísima travesía acosados sin tregua por témpanos milenarios, frio glacial y una arrogante ventisca. Soy científico y por tanto no creo en supersticiones absurdas… sin embargo me parece que este lugar no quiere que demos un paso más y nos marchemos. Incluso en compañía de todos los demás miembros del equipo, la sensación de soledad es tan honda, el sitio tan cruel e inhóspito, que uno siente que vaga por un paraje no dimensionado a escala humana. Antes al contrario: las horas aquí transcurren como si fueran un suceso errático, cualquier cosa menos lineal.
12 de Enero de 2019
El clima mejoró hoy, al revés que la sensación de aislamiento. Pudimos preparar el campamento en un tiempo bastante razonable de unas veinte horas de trabajo ininterrumpido, aunque solo las estructuras que nos servirán de cobijo en los próximos días. Es más de lo que se trabaja durante una jornada normal en cualquier otro punto del globo y en consecuencia estamos agotados y ateridos. El entorno es lo más inhumano que haya experimentado jamás. Prueba de ello es que los días no se organizan conforme al habitual reparto de horas entre día y noche, sino que el año se divide en seis meses completos de luz y otros seis de penumbra. Hoy en concreto la luminosidad extendida del “verano” supuso una ventaja porque nos permitió trabajar cumpliendo con la planificación prevista. Sin embargo, somos conscientes de que a la larga, si no logramos conciliar el sueño conservando en la medida de lo posible los patrones temporales usuales del descanso, la locura acabará por doblegarnos. Resulta paradójico pensar que un exceso de luz pueda desembocar en profundas crisis de lucidez. Nos hemos retirado a descansar unas horas, pocas, apenas cuatro, coincidentes con la parte de la trayectoria más baja del sol sobre el horizonte que acarrea un descenso leve de la intensidad de los rayos solares: la famosa “noche blanca” antártica. Al despertar nos dividiremos en dos grupos en otra jornada intensiva: uno con la preparación del laboratorio y el equipo de escalada y otro terminando de acondicionar la enfermería y el comedor. La climatología favorable es un activo que no conviene malgastar.
13 de Enero de 2019
Primera “noche blanca” en la Antártida, primer descanso dilapidado. A pesar de que todo el equipamiento está diseñado para soportar vientos huracanados y temperaturas extremadamente bajas, casetas prefabricadas incluidas, el destello permanente que viene del exterior se cuela por algún maldito sitio y desbarata la opacidad de los dormitorios. No es el único ataque de la naturaleza. Las ráfagas de viento golpean con tal virulencia nuestro habitáculo que parece que va a salir volando como una bolsa de plástico vacía en cualquier momento. Ni acrisalado en el saco como una larva de mariposa he logrado dormir bien. He salido a caminar antes de que el resto se levantara – aunque por la calma tensa que había en el ambiente seguro que más de uno estaba en la misma situación insomne- y me he acercado con cuidado al desfiladero con aire retador. Es esplendoroso, de una impactante belleza sádica. Aun sabiendo que el espesor medio del hielo en este continente es de más de un kilometro y medio, no es hasta que se contempla en persona esa profundidad abismal que se revela con toda crudeza la magnitud de nuestra irrelevancia.
Creemos que ha sido el calentamiento global el que ha provocado una hendidura enorme en la plataforma helada, quizás ayudado por alguna actividad volcánica de origen todavía desconocido. Las paredes se han fracturado y separado como dos enamorados peleados que se dan la espalda. Lo que es un signo inequívoco de degradación climática para la gente corriente, para nosotros es una maravillosa oportunidad de viajar al pasado más remoto del planeta. Si logramos alcanzar el lecho terrestre oculto tanto tiempo bajo la losa helada nos estaremos asomando a la Antártida de hace 15 millones de años. De ahí hacia arriba, cualquier pedazo de hielo recogido será un registro del devenir meteorológico y vital de la fecha en que esa capa se congeló. La naturaleza ha escrito en hielo un diario a través de los siglos y ha tenido a bien abrirlo para nosotros. Solo hay que saber desentrañar el significado de su lenguaje para acceder al relato de la historia de la Tierra contada por ella misma. Hablo de un pasado muy distante, anterior a que los homo sapiens colonizáramos el planeta. Mucho antes incluso de que el primer homínido tuviera la ocurrencia de caminar erguido.
14 de Enero de 2019
Segunda” noche blanca” y el sueño reparador otra vez me fue esquivo. No tengo sensación de fatiga aunque ya noto que me cuesta poner en orden mis pensamientos. El tiempo ha empeorado y según el meteorólogo que nos acompaña seguirá con esa tendencia en los próximos días. Sopla viento huracanado del sur que dificulta hasta las más simples acciones cotidianas en el exterior. El paréntesis de quietud con que el desfiladero nos recibió anteayer ya ha concluido. Por suerte no se espera hoy ninguna tempestad que deteriore aun más nuestra precaria situación. El viento enardecido y el frio extremo por si solos ya representan un problema de suficiente entidad. De hecho, los aparatos electrónicos aguantan apenas un par de horas a la intemperie hasta que se congelan. A mediodía hemos procedido a la primera inspección ocular del desfiladero ayudados de un dron que no ha sobrevivido a su misión. Lo hemos descendido con cuerdas unos cien metros en el interior de una cesta provista de calefacción alimentada con baterías porque pensábamos que las paredes heladas ejercerían de pantallas protectoras contra la fuerza del viento y una vez allí le hemos ordenado por control remoto que comenzara el vuelo. Nos equivocábamos. La idea ha funcionado solo al principio. Como si la naturaleza fuera una vieja recelosa reticente a desvelar sus secretos de juventud, corrientes fortísimas se han desatado al poco de empezar a volar. El aparato ha sido arrastrado a los confines de su mortal destino en cuestión de segundos, incapaz de hacer frente con sus pequeñas hélices a un vendaval de tal envergadura. Parecía que la grieta había succionado de repente todo el aire de la superficie y lo había expulsado con furia a través de su garganta helada. Pese al fracaso de la intentona, nuestro sacrificado héroe mecánico pudo enviar unos segundos de imágenes que no hacen sino confirmar los peores presagios. La recogida de muestras será imposible por medios telemáticos y no queda otra solución que hacerlo manualmente, ejecutando un descenso de dificultad cercana a la épica. O eso o tendremos que volver de vacío. Nuestros escaladores dicen que serán capaces de cumplir con su cometido llegado el caso, pero la mirada de pánico les delata. Dudo que se hayan enfrentado antes a un descenso en vertical por un muro de puro hielo mientras un huracán juega con ellos igual que haría un gato con un ovillo.
15 de Enero de 2019
He vuelto a dormir poco y mal. Un indicio claro de que mis facultades se merman a cada hora de descanso frustrado es que he tenido un sueño lúcido en el cual dormía profundamente. Me cuesta encontrar las palabras necesarias para mi diario. Tengo ojeras. Tirito aun abrazado a una fuente de calor. Siento que flota en mi cabeza una especie de niebla intelectual, como si los conceptos aprendidos se estuvieran transformando en polvo. El meteorólogo, que no tiene un aspecto exterior mejor al mío, afirmó ayer a última hora que en base a sus observaciones una violenta tempestad se sumará a nuestro concilio científico en un par de días. No quedará otro remedio que resguardarnos en las casetas y aguantar hasta que el temporal pase y aprovechar lo que queda de buen tiempo para intentar que la expedición no haya sido en balde. Todos sabemos que con meteorología adversa será imposible fijar una fecha de partida ya que las tormentas de nieve antárticas pueden prolongarse durante semanas. A veces incluso meses. De ser el segundo caso, el campamento quedaría sepultado y sus moradores, es decir, nosotros, con él. En una reunión de coordinación de todo el grupo hemos ultimado los detalles de la estrategia y repartido los papeles convenientemente. Los escaladores prepararán en lo que resta de día sus pertrechos y mañana trataremos de descender por la garganta tan abajo como nos sea posible. Los científicos por nuestra parte vamos a poner a punto algunos artilugios con la esperanza de que sea posible recoger alguna muestra, aunque dadas las circunstancias, un simple video puede ser botín suficiente por ahora. En el ambiente flota una sensación de emoción contenida. No en vano, tal vez unos ojos humanos vayan mañana a mirar directamente a una época que nunca antes había sido contemplada.
16 de Enero de 2019
Por la mañana.
Todos estamos durmiendo muy mal en general, pero como hoy es un día clave en nuestra expedición nos esforzamos en mantener la compostura. El café del desayuno es una ayuda muy eficaz para ahuyentar los fantasmas del insomnio, al menos para mí. Además, también siento mi ánimo realzado por la excitación de la aventura, la esperanza de una resolución positiva de la misma y, por qué no decirlo, porque no soy yo quien va a arriesgar su vida a mayor gloria de la ciencia.
Ayer el grupo de escalada estuvo taladrando a veinte metros del borde del desfiladero para fijar un par de pernos de sujeción en los que se instalan unos carretes dotados de un fino cable de acero enrollado, de cuyo extremo se atará por medio de mosquetones el valiente que van a hacer frente a la pared de hielo. Entre sus aparejos propios de escalador lleva algunos otros de gran importancia: pistola de bengalas, un pequeño taladro, botes de recogida de muestras, martillo, cortafríos, radioteléfonos, cámara de fotos etc… El resto estaremos en el laboratorio en constante comunicación con él, atentos a la emisión de la videocámara de su casco, vigilantes ante cualquier anomalía de interés científico que se pudiera vislumbrar. Si hubiera cualquier peligro, se recogería de inmediato el cable alzándolo hasta la superficie. Antes de la hora H, nos juntaremos en el comedor a disfrutar de una comida comunal en la que, entre todos, intentaremos atraer la buena fortuna y exorcizar la mala.
Por la noche (blanca).
Estoy atónito. Conmocionado. Todos los miembros del equipo científico deambulábamos al final de la jornada de un lado a otro del laboratorio, pensativos, lanzando al aire posibles explicaciones que no iban dirigidas a nadie en particular. Era más bien una manera de calmar los nervios del hallazgo. ¿Cómo es posible? La misión no fue un fracaso pese al riesgo evidente de muerte para el escalador suspendido, bamboleado despiadadamente por las rachas de viento. Todo apuntaba en un momento dado a que sería necesario abortar. En ocasiones estuvo a punto de golpearse contra el muro de hielo, que para colmo se inclinaba hacia adentro según se descendía, alejándose cada vez más de su alcance. Hacia abajo la situación no era mejor. No se atisbaba el fondo. Una polvareda de nieve se arremolinaba, se elevaba y parecía que lo iba a engullir. La orden de cancelación fue, de hecho, emitida cuando el hilo de acero ya había alcanzado los 920 metros de longitud…pero de pronto, por la radio escuchamos la voz agonizante del escalador pidiendo ser descendido todavía más. Chillaba como un loco que había visto un destello anormal en el fondo y que el lecho terrestre se encontraba más cerca de lo que todos creíamos…como en efecto, a la postre, así fue.
La nieve levantada por el vendaval no nos dejaba apenas ver lo que había ahí abajo hasta que el objeto que brillaba fue recogido y colocado frente a la cámara para una observación preliminar. No cabía dura, era una hebilla de plata con forma elipsoidal y una escena en relieve en su interior dónde se observan figuras similares a… nosotros… figuras humanas.
Y eso no es todo, el escalador jura que entre otros artefactos depositados en el fondo de la garganta, se distinguían también ruinas de casas y huesos, muchos huesos por doquier. La calavera completa que ha recuperado para su estudio no es morfológicamente igual que la de un ser humano de la actualidad, aunque si muy semejante. En cualquier caso, es desconocida para la ciencia moderna. Hace quince millones de años que la Antártida está enterrada bajo una costra de hielo impenetrable. El primer homínido de nuestra cadena evolutiva, el Australopithecus Afarensis, apareció hace tres millones de años. ¿Hemos sacado a la luz una humanidad perdida? ¿Será necesario reescribir toda nuestra historia?. El carbono 14 nos dará las respuestas. Lo único que necesitamos es que el temporal que ya se cierne sobre nosotros amaine y nos permita regresar. Soy yo quien recelo ahora de la naturaleza. Desde el primer momento dejó claro que nuestra presencia no era bienvenida y que no estaba dispuesta a airear sus secretos tan fácilmente. Por otra parte, ni siquiera los científicos gestionamos bien la ira cuando perdemos la cabeza. Y son ya seis días de insomnio.

Muy buen monteje, relato ameno de lectura y de facil comprensión, me gusta:
un saludo
Fenomenal, me has hecho vivir la aventura con todos sus sinsabores. Me quedo con la incógnita.
Gracias Marimar, es confortante leer cosas como esta.
Muy bueno, enhorabuena por el artículo y la iniciativa.
Muchas gracias. ¡Ahora a crecer!